Saturday, February 12, 2011

Habana Carne

“I Am Cuban” es un libro de fotografías que muestra Cuba a través de un lente sensible a detalles, dolores, catástrofes, alegrías, luchas, y locuras dentro de la isla. Cada imagen de la artista Helena Kubicka de Bragança logra acariciarnos, o bien impactarnos, con una gama de diversos sentimientos, a veces tiernos, a veces de temor pero siempre despiertan la curiosidad.

Por y para el libro escribí la historia que brindo a continuación, "Habana Carne". Otros tres escritores también contribuyeron con su talento para hacer de este libro una travesía de imágenes e imaginación. Como corresponde al buen arte, el publico cruzará el libro encontrando preguntas, respuestas y descubrirá una nueva dimensión de la realidad cubana.

Afuera de los Estados Unidos el libro se puede comprar a través del sitio web de los editores: http://www.damianieditore.it/catalogo.php?IDcat=105
Para más información y otras formas de pago por favor escribir a: helenakdb@yahoo.com, o visitar el sitio web de Helena: www.helenaimage.com

Libro: I AM CUBAN - Español, Inglés, Italiano
Fotos de Helena de Bragança
Introduccion de
Ralph Gibson
Escritos de
Lemis Tarajano Noya
Liset Alea
Romina Ruiz-Goiriena
Pedro Juan Gutiérrez

HAVANA CARNE
Por Lemis Tarajano

Poco quedaba en el departamento anémico de Cecilia, abuela de nadie. Un refrigerador anciano y escandaloso, muebles en ruinas y un televisor Panda que albergaba el reflejo un cadáver, como un sarcófago de plástico ruso. Cecilia flotaba sobre la cama, lánguida, empercudida. Murió sola, su familia había partido a otros mundos, algunos trabajaban en Disney Land y otros rumiaban desempleados por el cielo. Ella decidió quedarse en Cuba. En su última tarea, intentó borrar las cicatrices de las paredes de su cuarto, raspó la pintura vieja y cuarteada, limpió heridas viejas, después comenzó a pintar. Pero la pintura que le habían regalado solo alcanzó para dos paredes y media, el resto quedo seco y fosilizado.

La puerta de la casa se abrió y entró una figura joven con una mochila a cuestas. Alexis, de 17 años, el traficante de carne que comenzaba su camino, un rey con bolas sobre la Habana, la “bolsa negra” y la esperanza de los cubanos de comer carne. Piernas y cabezas de cerdo que su padre criaba. Era alto, flaco y como buen cubano, sudaba todo el tiempo. Soñaba todo el tiempo, despierto, desesperado. Su peor pesadilla: salía a la calle y todos en el barrio tenían cabezas de cerdos, cuando se miraba en un cristal del viejo Ten Cents sentía pánico al ver que su cabeza también era porcina. El barrio parecía un corral gigante, revolcado en gruñidos y zancocho. Había un cerdo verde y rancio, que se comía las cabezas humanas y luego les implantaba sobre los hombros una nueva cabeza de marrano con sonrisa estúpida.

Al final, el cuerpo protestaba contra la nueva cabeza, intentaban cercenarlas unos a otros con un cuchillo hasta que desangraban. Algunos terminaban conformándose y deambulaban por el barrio resignados, con cierta vergüenza de su nueva y repugnante naturaleza.

Alexis despertaba aterrado. Esa mañana, a las 6:00am entró a casa de Cecilia para venderle comida, trabajaba temprano porque los policías cubanos duermen la mañana. Pasan la noche extorsionando a muchachas y muchachos prostitutos. Entró a la casa sin camisa, la había puesto en la mochila para absorber un poco de la sangre que manaba de la pierna de cerdo. El sudor ya había hecho capas de resina en su piel y a esta hora ya había perdido consistencia, parecía que sus poros sudaban lágrimas. En la habitación del fondo se escuchaba Radio Reloj:

“La Organización de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en su balance del año 2009 informó que en Cuba no existen problemas de desnutrición infantil. Se convierte así en el único país de América Latina en lograr semejante meta.”

Avanza hacia el cuarto, la llamó en voz baja, “Ceciliaa”, el nombre quedó sobre el cadáver de la anciana reconociéndose. Sintió un olor inconfundible a muerte, vió el reflejo opaco del cadáver escuálido en el televisor y caminó hasta la habitación para ver los restos de Cecilia. Le pareció ver lo que era: restos de un naufrago. Había descubierto ya tres naufragios en las casas de su barrio, encontraba a los ancianos arrugados por el sol y la melancolía, muertos en sus muebles de antaño.

El entierro de Cecilia fue rápido, polvo, mas polvo, a nadie le importa. Sus pertenencias fueron distribuidas, Alexis heredó el gigantesco televisor Panda, lo instaló en su cuarto. Una noche, aburrido, escaneaba más allá del par de canales de la televisión cubana. Después de 140 canales de granos grises, negros, ruidosos, encontró un canal que funcionaba y pensó que seguro era una señal robada al extranjero, se alegró tanto que deseó tener ron para celebrarlo. La imagen era nítida, intensa y brillante, mostraba una mujer sentada mirando al oeste a través de su ventana, tenía el torso y las piernas desnudas, apretadas. Sus muslos dorados, hacían de ella una hembra feroz, su piel y estomago eran una lluvia de oro brillante. El cabello fino, negro, las manos sensibles. Una le descansaba en su bajo vientre, mientras otra apuntaba a su pecho, como buscando su alma. Sus labios breves murmuraban la melodía de “Vete De Mi”, sus pezones firmes apuntaban al cielo. La luz de la ventana proyectaba su sombra en la pared, parecía tener alas negras.

Alexis despertó del aburrimiento y comenzó a tocarse desenfrenado, la imagen había despertado en él su adorada bestia. El alboroto hizo a la joven saltar de pánico y miro aterrada a Alexis a través de la pantalla. Alexis subiéndose sus pantalones miró fijamente a la pantalla, ¿Cómo es posible que esa mujer podía verlo desde dentro del televisor? Ella se agachó detrás de la cama, el notó que el cuarto de la muchacha era el conocido cuarto de Cecilia. Nadie dijo nada, el silencio dejó espacio en sus mentes para el miedo. Se miraron por varios minutos, después llego una calma, llena de comodidad y deseo.

Ella salió de atrás de la cama, se cubrió con la sabana pero inconscientemente dejo parte de sus senos al desnudo, la tela blanca acariciaba su piel, como la espuma a una suave playa.

Pasó el tiempo y ellos conociéndose, “¿me escuchas?” decían, pero no podían comunicarse con palabras. Utilizaban gestos y señales, al principio imitaban los movimientos del otro para comunicarse, así se divertían, ella reía, el se sentía en un sueño.

Pasaron algunas horas y un apagón les cortó la comunicación, Alexis se durmió esperando a que volviera la luz. Después de media noche un aullido de los vecinos anunció que volvía la electricidad, “llegó la luuuuuuu!!!”. Alexis despertó y vió a su musa durmiendo, la contempló durante la noche a través de la pantalla, la cuidó como un perro y como un amo.

Pasaron los días y Alexis no salía de su cuarto, pintaba sin pincel, bailaba sin música, escribía sin papel, poemas y cartas a la piel de su diosa. Había abandonado toda realidad. Todas las noches él y ella se miraban, deseaban, reían, amaban, ella le exponía cada parte de su cuerpo, le habría sus piernas, jugaba con sus pechos, el solo pensaba en viajar dentro de aquella caja y estar a su lado. Ya no vendía huevos, ni malangas, ni cerdos, ni pollos.

Yadelis, la novia de Alexis, estaba desesperada. Una mulata tosca de ojos verdes, de caderas indestructibles, soñaba con salir de Cuba. Una noche forzó a Alexis a salir de su cuarto, lo condujo a una ponencia santera en un solar en el borde de un precipicio. Una antigua construcción colonial de cuatro pisos que temblaba al compás de los tambores, vibraba al ritmo de los brincos y gritos de los bailarines. Todo el aire estaba poseso por los espíritus esclavos de la Cuba colonial.

Entraron al salón y se pararon frente a Irene, que danzaba con fuerza sobrenatural. Esta negra de cabello colorado se ganaba la vida inventándoles el futuro a turistas. Tenía el cuerpo largo y flaco pero robusto como un pino. Miro a Alexis con sus ojos botados, lo enredo dramáticamente con su pañuelo rojo, vomitó humo de cigarro sobre él y le dijo: “¡Mijo tú te vas de esta tierra pronto, pero nadie se va sin dejar restos”. Yadelis quedo satisfecha, le dijo a Alexis: “Esa negra no se equivoca, le dijo a panchito que alguien cercano a él se iría de Cuba y al año siguiente el bodeguero se fue con su familia!”. Alexis huyó de la fiesta, había entendido que tendría que hacer algo.

Fue a casa de la difunta Cecilia, entró a su cuarto, que era el mismo que tanto veía cada noche, donde habitaba su amor en el canal 140. Buscando en las paredes encontró un retrato viejo, ovalado, fracturado. En la imagen estaba Cecilia de joven, se dio cuenta que era la misma mujer de su televisor. ¡Cuán injusto es el tiempo! ¡Soñamos y esperamos, entonces el tiempo, traicionando a la humanidad, recompensa a quien le da la gana! Había muerto la mujer de sus sueños, abandonada, presa, sola.

Salió corriendo de la casa, a la calle sucia, ardiendo, el sol calentaba su cabeza, trazó un plan para mudarse dentro del televisor junto a Cecilia. Ese mismo atardecer le robó una cámara de video y una laptop a unos turistas que andaban de safari estudiando con gran progreso la identidad minimalista cubana. Le pidió prestado el DVD a Yadelis (regalo de un viejo amante mexicano) y lo llevo a su casa, lo instalo junto al televisor. Ya los instrumentos estaban listos, solo faltaba él.

Fue al cuarto de Cecilia y puso la cámara desde la perspectiva que se veía en el televisor, se tomo un video lento, habló de amor, de futuro y de lo poco que sabía del mundo. Regreso a su casa y usando la laptop grabo su video en un CD, lo colocó en el DVD de Yadelis y lo proyectó en el televisor donde vivía la joven Cecilia. Presionó el botón de reproducir, comenzó a ver su video. Al lado de su imagen en el televisor, comenzaba a aparecer la silueta de Cecilia, desde afuera vió como los dos estaban en el mismo cuarto y se descubrían por primera en la misma dimensión, dentro de aquella caja negra. Observo cómo se acariciaban en aquel mundo cuadrado y se llenó de felicidad.

Ya es de noche y afuera del televisor Alexis decide morir con un cuchillo de cocina, de un solo trazo dibuja la línea de su muerte en su cuello. En el televisor, Cecilia y Alexis tiemblan sobre la cama, de miedo y de placer, el toca sus piernas, ella se hincha, su espíritu va a la superficie a recibir las caricias. Están lejos de aquí. Esa noche hubo apagón, y el televisor se rompió para siempre.

Nadie supo jamás de Alexis, Mañunga, el rey de la calle, un hombre con bolas, no tenía miedo de vender carne en la Víbora. El televisor sigue en su cuarto vacio. Yadelis se fue de Cuba. El barrio siguió errante. Los restos, la carne de Alexis, aun quedan por descubrirse.
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